El Covid-19, causado por el coronavirus Sars-CoV-2, se ha extendido por todo el mundo como una inundación imparable. Todavía no existen terapias efectivas. Se ha puesto mucho en el desarrollo de una vacuna y por eso los laboratorios más importantes y las compañías farmacéuticas multinacionales más poderosas han salido al campo.
Además del indudable deseo humanitario de detener la pandemia, no se puede ignorar el enorme retorno económico que obtendrán quienes logren producir una vacuna segura y eficaz. En los Estados Unidos, la biotecnología moderna ya ha recibido la impresionante cantidad de 2.500 millones de dólares del gobierno, pero ha garantizado a cambio la disponibilidad de 100 millones de dosis, de las cuales 15 millones antes de fin de año. El aumento de Pfizer en el mercado de valores a raíz del anuncio de que ha completado las pruebas de su vacuna da una idea del círculo de intereses detrás de esta investigación. La distribución de vacunas en los países pobres ya ha activado la cooperación internacional y, por parte de los fabricantes de vacunas, la batalla de precios ya ha comenzado.
La necesidad de obtener una vacuna rápidamente puede llevar a un cumplimiento menos estricto de las reglas y procedimientos que rigen las pruebas. Si se sigue el procedimiento habitual, el desarrollo de nuevas vacunas antivirales lleva al menos diez años, pero para disponer de las vacunas anti Sars-CoV2 en un año, se han acelerado las fases de experimentación en sujetos humanos y, sobre todo, las última fase, la denominada fase III. El prestigioso British Medical Journal ha planteado en repetidas ocasiones serias objeciones a los datos publicados hasta el momento que no responderían a todas las interrogantes sobre la calidad y eficacia de la protección que ofrecen las vacunas.
Otro aspecto problemático es la controvertida ética de algunas vacunas. La vacunación se lleva a cabo introduciendo patógenos muertos o atenuados o partes de ellos en el organismo y para ello se necesitan grandes cantidades de la bacteria o virus. Para multiplicar los virus se deben utilizar medios de cultivo compuestos por células de origen animal o humano. Algunos virus de enfermedades infecciosas comunes, como la rubéola, el sarampión y la hepatitis A, solo crecen o crecen mejor en células humanas, y los medios celulares humanos adecuados para la producción de estos virus se forman a partir de líneas celulares fetales de abortos obtenidos en la segunda mitad del siglo pasado. El uso de vacunas producidas con estas líneas celulares siempre ha planteado problemas de conciencia para quienes no quieren tener nada que ver, ni siquiera indirectamente, con un aborto.
El tema fue abordado en 2005 en un comunicado de la Academy for Life cuyas conclusiones fueron resumidas en 2008 en Dignitas Personae n. 35. Obviamente, el uso de una vacuna de este tipo no genera una cooperación directa con el aborto, sino que representa una cooperación indirecta y remota del aborto que, por serias razones, debe considerarse lícita. Se mantiene la desagradable sensación de aprovecharse de un acto manifiestamente inmoral, pero el grave riesgo de enfermarse y la responsabilidad social justifican el uso de una vacuna de este tipo, siempre que no se disponga de alternativas válidas y sin perjuicio del deber de manifestación por discrepar tanto como sea posible y exigir que los sistemas de salud proporcionen otro tipo de vacunas. Una nota de 2017 de la Academy for Life llegó a conclusiones similares en las que, sin embargo, el problema de la cooperación se redujo considerablemente. Esta posición fue confirmada, con referencia a las vacunas anti-Covid, por una Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe publicada el 21 de diciembre de 2020.
Entre las aproximadamente 120 vacunas que se están estudiando para Covid-19, muchas involucran el uso de líneas celulares derivadas de abortos obtenidos y entre estas vacunas se encuentra la vacuna desarrollada por la Universidad de Oxford que está a punto de ponerse en uso. La posibilidad de una campaña de vacunación con esta vacuna ha despertado reacciones de los movimientos Pro Vida y de algunos obispos de Estados Unidos, Canadá, Australia. El tema se ha vuelto delicado porque las vacunas de nuevo concepto que no requieren el paso en medios celulares de origen fetal, como la de Pfizer, también han llegado a la meta. Es una vacuna que introduce en el organismo, a través de nanopartículas lipídicas, el ARN mensajero necesario para que el virus produzca sus característicos picos (spikes). Después de la vacunación, nuestras células leen el ARN mensajero viral, que comienzan a producir las proteínas de los picos y, por lo tanto, nuestro sistema inmunológico se sensibiliza a ellas.
Qué vacuna sea la más segura y eficaz no puede establecerse sobre una base ética. Una vacuna que no presente problemas morales en su producción puede preferirse a otra solo en las mismas condiciones clínicas. Tenemos en cuenta, además que, aunque hay diferentes tipos de vacunas disponibles en el mercado, solo un tipo de vacuna puede estar disponible en un determinado país, por lo que se consideraría moralmente imposible utilizar las llamadas vacunas éticas.
En cuanto a la obligación moral de la vacunación, conviene hacer algunas reflexiones. Evidentemente, no existe la obligación de vacunar contra ninguna enfermedad, pero, refiriéndonos a la situación de la pandemia, es – en nuestra opinión – un deber moral que deriva inmediatamente del deber de velar por la propia salud y la salud de los demás. Dado que una parte de la población, por diferentes motivos como inmunosupresión o alergia grave a la propia vacuna, no puede vacunarse, quienes pueden recibir la vacuna deben hacerlo al menos en consideración de quienes no pueden. La reciente Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe no consideraba obligatorio declarar la vacunación incluso en una situación de pandemia, pero – usando la terminología de los documentos de las sociedades médicas – la “recomienda”. No nos adentramos en la polémica médica y cultural de las aversiones a las vacunas, los llamados No-Vax, y de los que incluso niegan que haya una pandemia, los Negadores, pero queremos plantear la cuestión de quienes, por razones de conciencia, se oponen a la uso de vacunas que implican el uso de líneas derivadas de células fetales en determinadas etapas. La Nota reciente ha establecido claramente que “todas las vacunas reconocidas como clínicamente seguras y efectivas pueden usarse con cierta conciencia” y, por lo tanto, no habría razón para desobedecer una ley civil que requiera la vacunación o para buscar una exención por razones de conciencia de una posible obligación de vacunación. Atendiendo a las peticiones de algunos pastores y fieles, la Nota de la Congregación admite la abstención de la vacunación por motivos de conciencia, pero recuerda, precisamente por serias razones de caridad hacia el prójimo, el deber de “trabajar para evitar, por otros medios profilácticos y comportamientos adecuados, para convertirse en vehículos de transmisión del agente infeccioso”. En la práctica, quienes se niegan a vacunarse deben, mientras persista el riesgo de pandemia, usar máscaras, evitar las reuniones, incluidas las asambleas litúrgicas, mantener una distancia social, aislarse si aparecen síntomas sospechosos. Imaginando la dificultad de implementar estos comportamientos, en nuestra opinión, en principio nadie que pueda vacunarse debería abstenerse de hacerlo, sea o no impuesto por una ley estatal, porque noblemente se puede poner en riesgo la salud por razones ideales, pero no puede poner en peligro la salud de los demás y, sobre todo, de los más vulnerables.
P. Maurizio P. Faggioni, OFM