CARTA
APOSTÓLICA
MAXIMUM ILLUD
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XV
SOBRE LA PROPAGACIÓN DE LA FE CATÓLICA
EN EL MUNDO ENTERO
MAXIMUM ILLUD
DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XV
SOBRE LA PROPAGACIÓN DE LA FE CATÓLICA
EN EL MUNDO ENTERO
Carta apostólica a los venerables hermanos
patriarcas,
primados, arzobispos, obispos en paz y comunión con la Sede Apostólica
primados, arzobispos, obispos en paz y comunión con la Sede Apostólica
INTRODUCCIÓN
1. Evangelización
del mundo, deber permanente de la Iglesia. Historia y actualidad
1. La grande y
santísima misión confiada a sus discípulos por Nuestro Señor Jesucristo, al
tiempo de su partida hacia el Padre, por aquellas palabras: «Id por todo el
mundo y predicad el Evangelio a todas las naciones» (Mc 16,15), no
había de limitarse ciertamente a la vida de los apóstoles, sino que se debía
perpetuar en sus sucesores hasta el fin de los tiempos, mientras hubiera en la
tierra hombres para salvar la verdad.
2. Pues bien: desde
el momento en que los apóstoles «salieron y predicaron por todas partes» (Mc 16,20)
la palabra divina, logrando que «la voz de su predicación repercutiese en todas
las naciones, aun en las más apartadas de la tierra» (Sal 18,5), ya
en adelante nunca jamás la Iglesia, fiel al mandato divino, ha dejado de enviar
a todas partes mensajeros de la doctrina revelada por Dios y dispensadores de
la salvación eterna, alcanzada por Cristo para el género humano.
3. Aun en los tres primeros siglos, cuando una en pos de otra
suscitaba el infierno encarnizadas persecuciones para oprimir en su cuna a la
Iglesia, y todo rebosaba sangre de cristianos, la voz de los predicadores
evangélicos se difundió por todos los confines del Imperio romano.
4. Pero desde que públicamente se concedió a la Iglesia paz y
libertad, fue mucho mayor en todo el orbe el avance del apostolado; obra que se
debió sobre todo a hombres eminentes en santidad. Así, Gregorio el Iluminador
gana para la causa cristiana a Armenia; Victoriano, a Styria; Frumencio, a
Etiopía; Patricio conquista para Cristo a los irlandeses; a los ingleses,
Agustín; Columbano y Paladio, a los escoceses. Más tarde hace brillar la luz
del Evangelio para Holanda Clemente Villibrordo, primer obispo de Utrecht,
mientras Bonifacio y Anscario atraen a la fe católica los pueblos germánicos;
como Cirilo y Metodio a los eslavos.
5. Ensanchándose luego todavía más el campo de acción misionera,
cuando Guillermo de Rubruquis iluminó con los esplendores de la fe la Mongolia
y el B. Gregorio X envió misioneros a la China, cuyos pasos habían pronto de
seguir los hijos de San Francisco de Asís, fundando una Iglesia numerosa, que
pronto había de desaparecer por completo al golpe de la persecución.
6. Más aún: tras el descubrimiento de América, ejércitos de
varones apostólicos, entre los cuales merece especial mención Bartolomé de las
Casas, honra y prez de la Orden dominicana, se consagraron a aliviar la triste
suerte de los indígenas, ora defendiéndolos de la tiranía despótica de ciertos
hombres malvados, ora arrancándolos de la dura esclavitud del demonio.
7. A1 mismo tiempo, Francisco Javier, digno ciertamente de ser
comparado con los mismos apóstoles, después de haber trabajado heroicamente por
la gloria de Dios y salvación de las almas en las Indias Orientales y el Japón,
expira a las puertas mismas del Celeste Imperio, adonde se dirigía, como para
abrir con su muerte camino a la predicación del Evangelio en aquella región
vastísima, donde habían de consagrarse al apostolado, llenos de anhelos
misioneros y en medio de mil vicisitudes, los hijos de tantas Ordenes
religiosas e Instituciones misioneras.
8. Por fin, Australia, último continente descubierto, y las
regiones interiores de África, exploradas recientemente por hombres de tesón y
audacia, han recibido también pregoneros de la fe. Y casi no queda ya isla tan
apartada en la inmensidad del Pacífico adonde no haya llegado el celo y la
actividad de nuestros misioneros.
9. Muchos de ellos, en el desempeño de su apostolado, han llegado,
a ejemplo de los apóstoles, al más alto grado de perfección en el ejercicio de
las virtudes; y no son pocos los que han confirmado con su sangre la fe y
coronado con el martirio sus trabajos apostólicos.
10. Pues bien: quien considere tantos y tan rudos trabajos
sufridos en la propagación de la fe, tantos afanes y ejemplos de invicta
fortaleza, admitirá sin duda que, a pesar de ello, sean todavía innumerables
los que yacen en las tinieblas y sombras de muerte, ya que, según estadísticas
modernas, no baja aún de mil millones el número de los gentiles.
11. Nos, pues, llenos de compasión por la suerte lamentable de tan
inmensa muchedumbre de almas, no hallando en la santidad de nuestro oficio
apostólico nada más tradicional y sagrado que el comunicarles los beneficios de
la divina Redención, vemos, no sin satisfacción y regocijo, brotar pujantes en
todos los rincones del orbe católico los entusiasmos de los buenos para proveer
y extender las Misiones extranjeras.
12. Y así, para encender y fomentar más y más esos mismos anhelos,
en cumplimiento de nuestros más vivos deseos, después de haber implorado con
reiteradas preces la luz y el auxilio del Señor, os mandamos, venerables
hermanos, estas letras, con las que os exhortamos a vosotros y a vuestro clero
y pueblo a cooperar en obra tan trascendental, indicándoos juntamente el modo
como podéis favorecer a esta importantísima causa.
I. NORMAS PARA LOS
OBISPOS, VICARIOS
Y PREFECTOS APOSTÓLICOS
Y PREFECTOS APOSTÓLICOS
2. Sean el alma de la misión
13. Nuestras palabras dirígense ante todo a aquellos que, como
obispos, vicarios y prefectos apostólicos, están al frente de las sagradas
Misiones, ya que a ellos incumbe más de cerca el deber de propagar la fe; y en
ellos, y más que en ningún otro, ha depositado la Iglesia la esperanza de la
expansión del cristianismo.
14. No se nos oculta su ardiente celo ni las dificultades y
peligros grandísimos por los que, sobre todo últimamente, han atravesado en su
empeño no sólo de conservar sus puestos y residencias, sino aun de extender
todavía más el Reino de Dios. Con todo, persuadidos de su mucha piedad filial y
adhesión a esta Sede Apostólica, queremos descubrirles nuestro corazón con la
confianza de un padre a sus hijos.
15. Tengan, pues, ante todo, muy presente que cada uno debe ser el
alma, como se dice, de su respectiva Misión. Por lo cual, edifiquen a los
sacerdotes y demás colaboradores de su ministerio con palabras, obras y
consejos, e infúndanles bríos y alientos para tender siempre a lo mejor. Pues
conviene que cuantos en la viña del Señor trabajan de un modo o de otro sientan
por propia experiencia y palpen claramente que el superior de la Misión es
padre vigilante y solícito, lleno de caridad, que abraza todo y a todos con el
mayor afecto; que sabe alegrarse en sus prosperidades, condolerse de sus
desgracias, infundir vida y aliento a sus proyectos y loables empresas,
prestándoles su concurso, e interesarse por todo lo de sus súbditos como por
sus propias cosas.
3. Cuidado paternal de los misioneros
16. Como el diverso resultado de cada Misión depende de la manera
de gobernarla, de ahí el peligro de poner al frente de ellas hombres ineptos o
menos idóneos.
17. En efecto, el misionero novel que, inflamado por el celo de la
propagación del hombre cristiano, abandona patria y parientes queridos, tiene
que pasar de ordinario por largos y con mucha frecuencia peligrosos caminos; y
su ánimo se halla siempre dispuesto a sufrir mil penalidades en el ministerio
de ganar para Jesucristo el mayor número posible de almas.
18. Claro es que si este tal se encuentra con un superior
diligente cuya prudencia y caridad le pueda ayudar en todas las cosas, sin duda
que su labor habrá de resultar fructuosísima; pero, en caso contrario, muy de
temer es que, fastidiado poco a poco del trabajo y de las dificultades, al fin,
sin ánimo para nada, se entregue a la postración y abandono.
4. Impulsar la vitalidad de la misión
19. Además, el superior de la Misión debe cuidar primeramente de
promover e impulsar la vitalidad de la misma, hasta que ésta haya alcanzado su
pleno desarrollo. Porque todo cuanto entra dentro de los límites que ciñen el
territorio a él confiado, en toda su extensión y amplitud, debe ser objeto de
sus desvelos, y así deber suyo es también mirar por la salvación eterna de
cuantos habitan en aquellas regiones.
20. Por lo cual, aunque logre reducir a la fe algunos millares de
entre tan numerosa gentilidad, no por eso podrá descansar. Procure, sí,
defender y confortar a aquellos que engendró ya para Jesucristo, no consintiendo
que ninguno de ellos sucumba ni perezca.
21. Por esto es poco, y crea no haber cumplido su deber si no se
esfuerza con todo cuidado, y sin darse tregua ni reposo, por hacer
participantes de la verdad y vida cristiana a los que, en número sin
comparación mayor, le quedan todavía por convertir.
22. Para que la predicación del Evangelio pueda más pronta y
felizmente llegar a oídos de cada una de esas almas, aprovechará sobremanera
fundar nuevos puestos y residencias, para que, en cuanto la oportunidad lo permita,
pueda la Misión más tarde subdividirse en otros centros misioneros, gérmenes
asimismo de otros tantos futuros Vicariatos y Prefecturas.
5. Buscar nuevos colaboradores
23. A1 llegar aquí hemos de tributar el debido elogio a aquellos
Vicariatos Apostólicos que, conforme a esta norma que establecemos, han ido
siempre preparando nuevos crecimientos para el Reino de Dios; y que, si para
este fin vieron no les bastaba la ayuda de sus hermanos en religión, no dudaron
en acudir siempre gustosos en demanda de auxilio a otras Congregaciones y
familias religiosas.
24. Por el contrario, ¡qué digno de reprensión sería quien tuviese
de tal manera como posesión propia y exclusiva la parte de la viña del Señor a
él señalada, que obstaculizara el que otros pusieran mano en ella!
25. ¡Y cuán severo habría de pasar sobre él el juicio divino,
sobre todo si, como recordamos haber sucedido no pocas veces, teniendo él tan
sólo unos pocos cristianos, y éstos esparcidos entre muchedumbres de paganos, y
no bastándole sus propios colaboradores para instruir a todos, se negara, no
digo a pedir, pero ni aun a admitir para la conversión de aquellos gentiles la
ayuda de otros misioneros!
26. Por eso, el superior de una Misión católica que no abriga en
su corazón más ideal que la gloria de Dios y la salvación de las almas, en
presencia de la necesidad, acude a todas partes en busca de colaboradores para
el santísimo ministerio; ni se le da nada que éstos sean de su Orden y nación o
de Orden y nación distintas, «con tal que de cualquier modo Cristo sea
anunciado» (Flp1,18)).
27. No sólo busca toda clase de colaboradores, sino que se da
traza para hacerse también con colaboradoras o hermanas religiosas para
escuelas, orfanatos, hospitales, hospicios y demás instituciones de caridad, en
las que sabe que la providencia de Dios ha puesto increíble eficacia para
dilatar los dominios de la fe.
6. Colaboración pastoral de conjunto
28. Para este mismo efecto, el superior de Misión no se ha de
encerrar de tal modo dentro de su territorio, que tenga por cosa ajena todo lo
que no entra dentro de su círculo de acción; sino que, en virtud de la fuerza
expansiva del amor de Cristo, cuya gloria debe interesarle como propia en todas
partes, debe procurar mantener trato y amistosas relaciones con sus colegas
vecinos, toda vez que, dentro de una misma región, hay otros muchos asuntos
comunes que naturalmente no pueden solucionarse sino de común acuerdo.
29. Por otro lado, sería de grandísimo provecho para la religión
que los superiores de Misión, en el mayor número posible y en determinados
tiempos, tuviesen sus reuniones donde poder aconsejarse y animarse mutuamente.
7. Cuidado y formación del clero nativo
30. Por último, es de lo más principal e imprescindible, para
quienes tienen a su cargo el gobierno de las Misiones, el educar y formar para
los sagrados ministerios a los naturales mismos de la región que cultivan; en
ello se basa principalmente la esperanza de las Iglesias jóvenes.
31. Porque es indecible lo que vale, para infiltrar la fe en las
almas de los naturales, el contacto de un sacerdote indígena del mismo origen,
carácter, sentimientos y aficiones que ellos, ya que nadie puede saber como él
insinuarse en sus almas. Y así, a veces sucede que se abre a un sacerdote
indígena sin dificultad la puerta de una Misión cerrada a cualquier otro
sacerdote extranjero.
32. Mas, para que el clero indígena rinda el fruto apetecido, es
absolutamente indispensable que esté dotado de una sólida formación. Para ello
no basta en manera alguna un tinte de formación incipiente y elemental,
esencialmente indispensable para poder recibir el sacerdocio.
33. Su formación debe ser plena, completa y acabada bajo todos sus
aspectos, tal como suele darse hoy a los sacerdotes en los pueblos cultos.
34. No es el fin de la formación del clero indígena poder ayudar
únicamente a los misioneros extranjeros, desempeñando los oficios de menor
importancia, sino que su objeto es formarles de suerte que puedan el día de
mañana tomar dignamente sobre sí el gobierno de su pueblo y ejercitar en él el
divino ministerio.
35. Siendo la Iglesia de Dios católica y propia de todos los
pueblos y naciones, es justo que haya en ella sacerdotes de todos los pueblos,
a quienes puedan seguir sus respectivos naturales como a maestros de la ley
divina y guías en el camino de la salud.
36. En efecto, allí donde el clero indígena es suficiente y se
halla tan bien formado que no desmerece en nada de su vocación, puede decirse
que la obra del misionero está felizmente acabada y la Iglesia perfectamente
establecida. Y si, más tarde, la tormenta de la persecución amenaza destruirla,
no habrá que temer que, con tal base y tales raíces, zozobre a los embates del
enemigo.
37. Siempre ha insistido la Sede Apostólica en que los superiores
de Misiones den la importancia debida y se apliquen con frecuencia a este deber
tan principal de su cargo. Prueba de esta solicitud son los colegios que ahora,
como en tiempos antiguos, se han levantado en esta ciudad para formar clérigos
de naciones extranjeras, especialmente de rito oriental.
38. Por eso es más de sentir que, después de tanta insistencia por
parte de los Pontífices, haya todavía regiones donde, habiéndose introducido
hace muchos siglos la fe católica, no se vea todavía clero indígena bien
formado y que haya algunos pueblos, favorecidos tiempo ha con la luz y benéfica
influencia del Evangelio, y que, habiendo dejado ya su retraso y subido a tal
grado de cultura que cuentan con hombres eminentes en todo género de artes
civiles, sin embargo, en cuestión de clero, no hayan sido capaces de producir
ni obispos que los rijan ni sacerdotes que se impongan por su saber a sus
conciudadanos. Ello es señal evidente de ser manco y deficiente el sistema
empleado hasta el día de hoy en algunas partes en orden a la formación del
clero indígena.
39. Con el fin de obviar este inconveniente, mandamos a la Sagrada
Congregación de Propaganda Fide que apliquen las medidas que las diversas
regiones reclamen, y que tome a su cuenta la fundación o, si ya están fundados,
la debida dirección de seminarios que puedan servir para varias diócesis en
cada región, con miras especiales a que en los Vicariatos y demás lugares de
Misiones adquiera el clero nuevo y conveniente desarrollo.
II. EXHORTACIÓN A LOS
MISIONEROS
8. Tarea sublime
40. Es ya hora, amadísimos hijos, de hablaros a vosotros, cuantos
trabajáis en la viña del Señor, a cuyo celo, juntamente con la propagación de
la verdad cristiana, está encomendada la salvación de innumerables almas.
41. Sea lo primero, y como base de todo, que procuréis formaros
cabal concepto de la sublimidad de vuestra misión, la cual debe absorber todas
vuestras energías.
42. Misión verdaderamente divina, cuya esfera de acción se remonta
muy por encima de todas las mezquindades de los intereses humanos, ya que
vuestro fin es llevar la luz a los pueblos sumidos en sombras de muerte y abrir
la senda de la vida a quienes de otra suerte se despeñarían en la ruina.
9. Evitar nacionalismos
43. Convencidos en el alma de que a cada uno de vosotros se
dirigía el Señor cuando dijo: «Olvida tu pueblo y la casa de tu padre»(Sal 44,11),
recordad que no es vuestra vocación para dilatar fronteras de imperios humanos,
sino las de Cristo; ni para agregar ciudadanos a ninguna patria de aquí abajo,
sino a la patria de arriba.
44. Sería ciertamente de lamentar que hubiera misioneros tan
olvidados de la dignidad de su ministerio que, con el ideal y el corazón
puestos más en patrias terrenas que en la celestial, dirigiesen sus esfuerzos
con preferencia a la dilatación y exaltación de su patria.
45. Sería ésa la más infecciosa peste para la vida de un apóstol,
que, además de relajar en el misionero del Evangelio los nervios mismos de la
caridad, pondría en peligro ante los ojos de los evangelizados su propia
reputación, ya que los hombres, por incultos y degradados que sean, entienden
muy bien lo que significa y lo que pretende de ellos el misionero, y disciernen
con sagacísimo olfato si busca otra cosa que su propio bien espiritual.
46. Suponed, pues, que, en efecto, entren en la conducta del
misionero elementos humanos, y que, en lugar de verse en él sólo al apóstol, se
trasluzca también al agente de intereses patrios. Inmediatamente su trabajo se
haría sospechoso a la gente, que fácilmente podría ser arrastrada al
convencimiento de ser la religión cristiana propia de una determinada nación y,
por lo mismo, de que el abrazarla sería renunciar a sus derechos nacionales
para someterse a tutelas extranjeras.
47. Ved por qué han producido en Nos honda amargura ciertos
rumores y comentarios que, en cuestión de Misiones, van esparciéndose de unos
años a esta parte, por los que se ve que algunos relegan a segundo término,
posponiéndola a miras patrióticas, la dilatación de la Iglesia; y nos causa
maravilla cómo no reparan en lo mucho que su conducta predispone las voluntades
de los infieles contra la religión.
48. No obrará así quien se precie de ser lo que su nombre de
misionero católico significa, pues este tal, teniendo siempre ante los ojos que
su misión es embajada de Jesucristo y no legación patriótica, se conducirá de
modo que cualquiera que examine su proceder, al punto reconozca en él al
ministro de una religión que, sin exclusivismos de fronteras, abraza a todos
los hombres que adoran a Dios en verdad y en espíritu, «donde no hay distinción
de gentil y judío, de circuncisión e incircuncisión, de bárbaro y escita, de
siervo y libre, porque Cristo lo es todo en todos» (Col 3,11).
10. Vivir pobremente
49. El segundo escollo que debe evitarse con sumo cuidado es el de
tener otras miras que no sean las del provecho espiritual. La evidencia de este
mal nos ahorra el detenernos mucho en aclararlo.
50. En efecto, a quien está poseído de la codicia le será
imposible que procure, como es su deber, mirar únicamente por la gloria divina;
imposible que en la obra de la glorificación de Dios y salud de las almas se
halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida, cuando así lo reclame
la caridad.
51. Júntese a esto el desprestigio consiguiente de la autoridad
del misionero ante los infieles, sobre todo si, como no sería extraño en
materia tan resbaladiza, el afán de proveerse de lo necesario degenerase en el
vicio de la avaricia, pasión abyecta a los ojos de los hombres y muy ajena del
Reino de Dios.
52. El buen misionero debe, pues, con todo empeño seguir también
en este punto las huellas del Apóstol de las Gentes, quien, si no duda en
escribir a Timoteo: «Estamos contentos, con tal de tener lo suficiente para
nuestro sustento y vestido»(1Tim 6,8), en la práctica avanzó
todavía tanto en su afán de aparecer desinteresado que, aun en medio de los
gravísimos cuidados de su apostolado, quiso ganarse el mantenimiento con el
trabajo de sus propias manos.
11. Preparación intelectual y técnica
53. Tampoco debe descuidarse la diligente preparación que exige la
vida del misionero, por más que pueda parecer a alguno que no hay por qué
atesorar tanto caudal de ciencia para evangelizar pueblos desprovistos aun de
la más elemental cultura.
54. No puede dudarse, es verdad, que, en orden a salvar almas,
prevalecen los medios sobrenaturales de la virtud sobre los de la ciencia; pero
también es cierto que quien no esté provisto de un buen caudal de doctrina se
encontrará muchas veces deficiente para desempeñar con fruto su ministerio.
55. Cuántas veces, sin poder recurrir a los libros ni a los
sabios, de quienes poder aconsejarse, se verá en la precisión de contestar a
muchas dificultades en materia de religión y a consultas muy difíciles.
56. Está claro que, en estos casos, la reputación social del
misionero depende de mostrarse docto e instruido, y más si se trata de pueblos
que se glorían de progreso y cultura; sería muy poco decoroso quedar entonces
los maestros de la verdad a la zaga de los ministros del error.
57. Conviene, pues, que los aspirantes al sacerdocio que se
sientan con vocación misionera, mientras se forman para ser útiles en estas
expediciones apostólicas, se hagan con todo el acopio de conocimientos sagrados
y profanos que las distintas situaciones del misionero reclamen.
58. Esto queremos, como es justo, se cumpla en las clases del
Pontificio Colegio Urbano, instituido para propagar el cristianismo; en el que
mandamos, además, que en adelante se abran clases en las que se enseñe cuanto
se refiere a la ciencia de las Misiones (Misionología).
12. Estudio de las lenguas indígenas
59. Y ante todo, sea el primer estudio, como es natural, el de la
lengua que hablan sus futuros misionados. No debe bastar un conocimiento
elemental de ella, sino que se debe llegar a dominarla y manejarla con
destreza; porque el misionero ha de consagrarse a los doctos lo mismo que a los
ignorantes, y no desconoce cuán fácilmente, quien maneja bien el idioma, puede
captar los ánimos de los naturales.
60. Misionero que se precie de diligente en el cumplimiento de su
deber no deja completamente en manos de catequistas la explicación de la
doctrina, que considera como una de sus principales ocupaciones, toda vez que
para eso, para predicar el Evangelio, ha sido enviado por Dios a las Misiones.
61. Además, han de ocurrirle casos por su ministerio de apóstol y
de intérprete de religión tan santa, en los que, por invitación o por cortesía,
se verá obligado a tener que tratar con los hombres de autoridad y letras de la
Misión, y entonces, ¿de qué manera conservará su dignidad si, por ignorancia de
la lengua, se ve incapaz de expresar sus sentimientos?
62. Tal ha sido uno de los fines que recientemente hemos tenido a
la vista cuando, para mirar por la propagación e incremento del nombre
cristiano entre los orientales, fundamos en Roma una casa de estudios con el
intento de que quienes habían de ejercitar el apostolado en aquellas tierras
saliesen de ella provistos de la ciencia, conocimiento de la lengua y
costumbres y demás requisitos que deben adornar a un buen misionero del
Oriente.
63. Esta fundación nos parece de mucha trascendencia, y así
aprovechamos esta oportunidad para exhortar a los superiores de los Institutos
religiosos, a los que están confiadas estas Misiones, que procuren cultivar y
perfeccionar en estos conocimientos a sus alumnos destinados a las Misiones
orientales.
13. Santidad de vida
64. Pero quienes deseen hacerse aptos para el apostolado tienen
que concentrar necesariamente sus energías en lo que antes hemos indicado, y
que es de suma importancia y trascendencia, a saber: la santidad de la vida.
Porque ha de ser hombre de Dios quien a Dios tiene que predicar, como ha de
huir del pecado quien a los demás exhorta que lo detesten.
65. De una manera especial tiene esto explicación tratándose de
quien ha de vivir entre gentiles, que se guían más por lo que ven que por la
razón, y para quienes el ejemplo de la vida, en punto a convertirles a la fe,
es más elocuente que las palabras.
66. Supóngase un misionero que, a las más bellas prendas de
inteligencia y carácter, haya unido una formación tan vasta como culta y un
trato de gentes exquisito; si a tales dotes personales no acompaña una vida
irreprochable, poca o ninguna eficacia tendrá para la conversión de los
pueblos, y aun puede ser un obstáculo para sí y para los demás.
67. El misionero deber ser dechado de todos por su humildad,
obediencia, pureza de costumbres, señalándose sobre todo por su piedad y por su
espíritu de unión y continuo trato con Dios, de quien ha de procurar a menudo
recabar el éxito de sus negocios espirituales, convencido de que la medida de
la gracia y ayuda divina en sus empresas corresponderá al grado de su unión con
Dios.
68. Para él es aquel consejo de San Pablo: «Revestíos como
escogidos que sois de Dios, santos y amados; revestíos de entrañas de
compasión, de benignidad, de modestia, de paciencia»(Col 3,12). Con
el auxilio de estas virtudes caerán todos los estorbos y quedará llana y
patente a la Verdad la entrada en los corazones de los hombres; porque no hay
ninguna voluntad tan contumaz que pueda resistirles fácilmente.
14. Caridad y mansedumbre
69. El misionero que, lleno de caridad, a ejemplo de Jesucristo,
trata de acrecentar el número de los hijos de Dios, aun con los paganos más
perdidos, ya que también éstos se rescataron con el precio de la misma sangre divina,
ha de evitar lo mismo el irritarse ante su agresividad como el dejarse
impresionar por la degradación de sus costumbres; sin despreciarlos ni cansarse
de ellos, sin tratarlos con dureza ni aspereza, antes bien ingeniándose con
cuantos medios la mansedumbre cristiana pone a su alcance, para irlos atrayendo
suavemente hacia el regazo de Jesús, su Buen Pastor.
70. Medite a este propósito aquello de la Sagrada Escritura: «¡Oh
cuán benigno y suave es, Señor, tu espíritu en todas las cosas! De aquí es que los
que andan perdidos, tú les castigas poco a poco; y les amonestas y les hablas
de las faltas que cometen para que, dejada la malicia, crean en ti, oh Señor...
Pero como tú eres el soberano Señor de todo, juzgas sin pasión y nos gobiernas
con moderación suma» (Sab 12,1-2; 12,18).
71. Porque ¿qué dificultad, molestia o peligro puede haber capaz
de detener en el camino comenzado al embajador de Jesucristo? Ninguno,
ciertamente; ya que, agradecidísimo para con Dios por haberse dignado escogerle
para tan sublime empresa, sabrá soportar y aun abrazar con heroica magnanimidad
todas las contrariedades, asperezas, sufrimientos, fatigas, calumnias,
indigencias, hambres y hasta la misma muerte, con tal de arrancar una sola alma
de las fauces del infierno.
15. Confianza en Dios
72. Con esta disposición y estos alientos siga el misionero tras
las huellas de Cristo y de sus apóstoles, henchida, sí, el alma de esperanza,
pero convencido también de que su confianza ha de estribar solamente en Dios.
73. La propagación de la sabiduría cristiana, lo repetimos, es
toda ella obra exclusiva de Dios; pues a sólo Dios pertenece el penetrar en el
corazón para derramar allí sobre la inteligencia la luz de la ilustración
divina y para enardecer la voluntad con los estímulos de las virtudes, a la vez
que prestar al hombre las fuerzas sobrenaturales con las que pueda corresponder
y efectuar lo que por la luz divina comprendió ser bueno y verdadero.
74. De donde se deduce que si el Señor no auxilia con su gracia a
su misionero, quedará éste condenado a la esterilidad. Sin embargo, no ha de
dejar de trabajar con ahínco en lo comenzado, confiado en que la divina gracia
estará siempre a merced de quien acuda a la oración.
16. Exhortación especial a las misioneras
75. A1 llegar a este punto, no debemos pasar en silencio a las
mujeres que, ya desde la cuna misma del cristianismo, aparecen prestando
grandísima ayuda y apoyo a los misioneros en su labor apostólica.
76. Sean nuestras mayores alabanzas en loor de esas vírgenes
consagradas al Señor que, en tanto número, sirven a las Misiones, dedicadas a
la educación de la niñez y al servicio de innumerables instituciones de
caridad.
77. Quisiéramos que esta nuestra recomendación de su
benemeritísima labor sirviese para infundirles nuevos ánimos en obra de tanta
gloria de la Iglesia. Y persuádanse todas de que el fruto de su ministerio
corresponderá a la medida del grado de su entrega a la perfección.
III. COLABORACIÓN DE
TODOS LOS FIELES
17. Urgidos por la caridad
78. Tiempo es ya de dirigir nuestra palabra a todos aquellos que,
por especial gracia del Señor misericordioso, gozan de la verdadera fe y
participan de los innumerables beneficios que de ella dimanan.
79. En primer lugar conviene que fijen su atención en aquella
santa ley, por la que están obligados a ayudar a las sagradas Misiones entre
los no cristianos. Porque «mandó (Dios) a cada uno de ellos el amor de su
prójimo»(Eclo 17,12); mandamiento que urge con tanta mayor gravedad
cuanta mayor es la necesidad que pesa sobre el prójimo.
80. ¿Y qué clase de hombres más acreedores a nuestra ayuda
fraternal que los infieles, quienes, desconocedores de Dios y presa de la
ceguera y de las pasiones desordenadas, yacen en la más abyecta servidumbre del
demonio?
81. Por eso, cuantos contribuyeren, en la medida de sus
posibilidades, a llevarles la luz de la fe, principalmente ayudando a la obra
de los misioneros, habrán cumplido su deber en cuestión tan importante y habrán
agradecido a Dios de la manera más delicada el beneficio de la fe.
18. La oración
82. A tres se reducen los géneros de ayuda a las Misiones, que los
mismos misioneros no cesan de encarecérnoslos. Es el primero, fácilmente
asequible a todos, el de la oración para pedir el favor de Dios. Porque, según
hemos repetido ya varias veces, vana y estéril ha de ser la labor del misionero
si no la fecunda la gracia de Dios. Así lo atestigua San Pablo: «Yo planté,
Apolo regó; pero Dios es quien ha dado el crecimiento»(1Cor 3,6).
83. Sabido es que el único camino para lograr esta gracia es la
humilde perseverancia de la oración, porque «cualquier cosa, dice el Señor, que
pidieren, se la dará mi Padre»(Mt 18,19). Ahora bien, si en materia
alguna, en ésta sin duda más que en otras, es imposible se frustre el efecto de
la oración, ya que no hay petición ni más excelente ni más del agrado del
Señor.
84. Así, pues, como Moisés, cuando luchaban los israelitas contra
Hamalec, levantaba sus brazos suplicantes al cielo en la cumbre de la montaña,
del mismo modo, mientras los misioneros del Evangelio se fatigan en el cultivo
de la viña del Señor, todos los fieles cristianos deben ayudarles con sus
oraciones.
85. Como, para este efecto, hállase ya establecida la asociación
llamada «Apostolado de la Oración», queremos recomendarla aquí encarecidamente
a todos los buenos cristianos, deseando que ninguno deje de pertenecer a ella,
para que así, si no de obra, al menos por el celo participen de sus apostólicos
trabajos.
19. Las vocaciones misioneras
86. En segundo lugar, urge la necesidad de cubrir los huecos que
abre la extremada falta de misioneros, que, si siempre grande, ahora, por
motivo de la guerra, preséntase en proporciones alarmantes, de manera que
muchas parcelas de la viña del Señor han tenido que quedar abandonadas.
87. Punto es éste, venerables hermanos, que nos obliga a recurrir
a vuestra próvida diligencia; y sabed que será la más exquisita prueba de
afecto que daréis a la Iglesia si os esmeráis en fomentar la semilla de la
vocación misionera, que tal vez empiece a germinar en los corazones de vuestros
sacerdotes y seminaristas.
88. No os dejéis engañar de ciertas apariencias de bien, ni de
meros motivos humanos, so pretexto de que los sujetos que consagréis a las
Misiones serán una pérdida para vuestras diócesis, ya que, por cada uno que
permitáis salga fuera de ella, el Señor os suscitará dentro muchos y mejores
sacerdotes.
89. A los superiores de las Ordenes e Institutos religiosos que
tienen a su cargo Misiones extranjeras les pedimos y suplicamos no dediquen a
tan difícil empresa sino sujetos escogidísimos, que sobresalgan por su
intachable conducta, devoción acendrada y celo de las almas.
90. Después, a los misioneros que vean son más diestros en
amañarse para arrancar a los pueblos de sus falsas supersticiones, una vez que
éstos vayan consolidando sus misiones, como a soldados avezados de Cristo,
trasládenlos a nuevas regiones, encargando gustosos lo ya evangelizado al
cuidado de otros que miren por completar lo adquirido.
91. De esta manera, al mismo tiempo que trabajan en el cultivo de
una mies copiosísima, harán descender sobre sus familias religiosas las
bendiciones de la divina Bondad.
20. La limosna
92. E1 tercer recurso, y no escaso, que reclama la actual
situación de las Misiones es el de la limosna, ya que, por efecto de la guerra,
se han acumulado sobre ellas necesidades sin cuento.
93. ¡Cuántas escuelas, hospitales, dispensarios y muchas otras
instituciones gratuitas de caridad deshechas o desaparecidas por completo!
Aquí, pues, hacemos un llamamiento a todos los corazones buenos para que se
muestren generosos en la medida de sus recursos.
94. Porque «quien tiene bienes de este mundo y, viendo a su
hermano en la necesidad, cierra las entrañas para no compadecerse de él, ¿cómo
es posible que resida en él la caridad de Dios?»(1Jn 3,17).
95. Así habla el apóstol San Juan cuando se trata del alivio de
necesidades temporales. Pero ¿con cuánta mayor exactitud se debe observar la
ley de la caridad en esta causa, donde no se trata solamente de socorrer la
necesidad, indigencia y demás miserias de una muchedumbre infinita, sino
también, y en primer lugar, de arrancar tan gran número de almas de la soberbia
dominación de Satanás para trasladarlas a la libertad de los hijos de Dios?
21. Prioridad de las Obras Misionales Pontificias
96. Por lo cual, queremos recomendar a la generosidad de los
católicos favorezcan preferentemente las obras instituidas para ayudar a las
sagradas Misiones.
97. Sea la primera de éstas la llamada «Obra de la Propagación de
la Fe», muchas veces elogiada ya por nuestros predecesores, y a la que
quisiéramos que la Congregación de Propaganda la hiciera con sumo empeño rendir
en adelante todo el ubérrimo fruto que de ella puede esperarse. Porque muy
provista ha de estar la fuente principal, de donde no sólo las actuales
Misiones, sino aun las que todavía estén por establecerse han de surtirse y
proveerse.
98. Confiamos, sí, que no consentirá el orbe católico que,
mientras los predicadores del error abundan en dinero para sus propagandas, los
misioneros de la verdad tengan que luchar con la falta de todo.
99. La segunda obra, que también recomendamos intensamente a
todos, es la de la Santa Infancia, obra cuyo fin es proporcionar el bautismo a
los niños moribundos hijos de paganos.
100. Hácese esta obra tanto más simpática cuanto que también nuestros
niños tienen en ella su participación; con lo cual, a la vez que aprenden a
estimar el valor del beneficio de la fe, se acostumbran a la práctica de
cooperar a su difusión.
101. No queremos tampoco dejar de mencionar aquí la «Obra de San
Pedro», instituida con el fin de coadyuvar a la educación y formación del clero
nativo en las Misiones.
102. Además, deseamos que se cumpla también lo prescrito por
nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, a saber: que en el día de la
Epifanía del Señor se haga en todas las Iglesias del mundo la colecta «para
redimir esclavos en África» y que se remita íntegramente el dinero recaudado a
la Sagrada Congregación de Propaganda (20 de noviembre de 1890. Cf. Collectanea n.
1943).
22. La Unión Misional del Clero
103. Pero, para que estos nuestros deseos lleguen a verificarse
con la más segura garantía y éxito halagador, debéis de un modo especial,
venerables hermanos, organizar vuestro clero en punto de Misiones.
104. En efecto: el pueblo fiel siente propensión innata a socorrer
con largueza las empresas apostólicas; y así, ha de ser obra de vuestra
diligencia saber encauzar en bien y prosperidad de las Misiones ese espíritu de
liberalidad.
105. Para el logro de esto, sería nuestro deseo se implantase en
todas las diócesis del mundo la «Unión Misional del Clero», sujeta en todo a la
Sagrada Congregación de Propaganda Fide, a la que por nuestra parte hemos
otorgado cuantas atribuciones necesita su perfecto funcionamiento.
106. Apenas nacida en
Italia, se ha extendido ya por otras varias regiones, y, objeto juntamente de
nuestra complacencia, florece al amparo de no pocos favores pontificios.
107. Y con razón:
porque su carácter cuadra perfectamente con el influjo que debe ejercer el
sacerdote, ya para despertar entre los fieles el interés por la conversión de
los gentiles, ya para hacerles contribuir a las obras misionales, que llevan
nuestra aprobación.
CONCLUSIÓN
108. He aquí,
venerables hermanos, lo que he creído deber escribiros sobre la difusión del
catolicismo por toda la tierra.
109. Ahora bien: si
cada uno cumpliese con su obligación como es debido, lejos de la patria los
misioneros y en ella los demás fieles cristianos, abrigamos la confianza de que
presto tornarían las Misiones a reverdecer llenas de vida, repuestas ya de las
profundas y peligrosas heridas que les han ocasionado la guerra.
110. Y cual si
repercutiese aún en nuestros oídos aquella palabra del Señor: «¡Guía mar
adentro!» (Lc 5,4)), dicha a San Pedro, a los ardorosos impulsos de
nuestro corazón de padre, sólo ansiamos conducir a la humanidad entera a los
brazos de Jesucristo.
111. Porque la
Iglesia siempre ha de llevar entrañado en su ser el espíritu de Dios, rebosante
de vida y fecundidad; ni es posible que el celo de tantos varones, que han
fecundado y aún fecundan con sus sudores de apóstol las tierras por conquistar,
carezca de su fruto natural.
112. Tras ellos,
inducidos sin duda por su ejemplo, surgirán después nuevos escuadrones que,
merced a la caritativa munificencia de los buenos, engendrarán para Cristo una
numerosa y gozosa multitud de almas.
113. Secunde los
anhelos de todos la excelsa Madre de Dios y Reina de los Apóstoles, e impetre
la difusión del Espíritu Santo sobre los pregoneros de la fe.
114. Como augurio de
tanta gracia y en prenda de nuestro amor, os otorgamos a vosotros, venerables
hermanos, y a vuestro clero y pueblo, amantísimamente, la apostólica bendición.
Dado en Roma, en San
Pedro, el 30 de noviembre de 1919, sexto año de nuestro pontificado.
BENEDICTUS PP. XV