Las convergencias entre el Papa y Putin

La segunda visita del presidente ruso al Pontífice: la Iglesia católica no se alinea al “cordón sanitario” anti-ruso de los círculos occidentales

La visita de mañana de Vladimir Putin al Vaticano, por segunda ocasión con Papa Francisco, se materializó en las agendas reservadas de las diplomacias rusa y vaticana en las últimas semanas. Como sucedió con la primera vez, también en esta ocasión fue el “Zar Putin” quien quiso añadir una etapa romana, que inicialmente no estaba prevista en su visita a Italia, a los encuentros que tendrá en Milán (en donde participará en la Expo internacional) con la intención de poder hablar nuevamente con el Obispo de Roma. La petición fue aceptada rápidamente y la cita con el líder ruso fue incluida sin dudar en la agenda llena de Papa Francisco.



La veloz disponibilidad del Vaticano representa en sí misma una señal elocuente: confirma que el Papa y su diplomacia no se prestan a formar parte del “cordón sanitario” que algunos círculos occidentales quisieran extender alrededor de la Rusia de Putin. Las iniciativas de Papa Francisco y de su diplomacia vaticana sobre el conflicto sirio, a partir de la jornada de ayuno y oración del 7 de septiembre de 2013, se encontraron en sintonía objetiva con la estrategia diplomática rusa que habría desmantelado poco después la amenaza de una intervención militar exterior en Siria y habría permitido que Assad comenzara el proceso de destrucción de su arsenal de armas químicas.



A casi dos años de distancia, los frentes de colisión entre Rusia y muchos países occidentales de tradición nord-atlántica se han multiplicado. Pero justamente alrededor de los casos más incandescentes ha permanecido un canal de diálogo y de colaboración entre el jefe del Kremlin y el sucesor de Pedro, y ha encontrado nuevos terrenos para su aplicación. En la espiral de hostilidades entre Rusia y los países occidentales, en relación con la crisis ucraniana, las palabras de Papa Francisco no acabaron atrapadas en la mecánica de los reproches recíprocos. Los líderes rusos, tanto políticos como eclesiásticos, expresaron públicamente su aprecio por las frases que utilizó el Papa en relación con el conflicto y sobre la “tercera guerra mundial en pedacitos”.



A finales de abril, el mismo Patriarca Kirill elogió la postura de la Santa Sede sobre la crisis en Ucrania: “Papa Francisco y la Secretaría de Estado”, indicó el Primado de la Iglesia rusa, “han tomado una posición autorizada en relación con la situación en Ucrania, evitando afirmaciones unilaterales e invocando el fin de la guerra fratricida”. También la polémica que desencadenó Turquía contra la Santa Sede después de las palabras del Papa en relación con el genocidio armenio fue una ocasión para que Putin expresara públicamente su aprecio por la “visión de juego” del Pontífice: “Considero -dijo el presidente ruso el pasado 16 de abril conversando con la prensa- que el Papa tiene tal autoridad en el mundo que encontrará la manera para obtener comprensión con todas las personas de la tierra, prescindiendo de su pertenencia religiosa”. Otro signo de que en Moscú el actual Obispo de Roma no es considerado como una especie de capellán del Occidente.



Es fácil prever que la crisis en Ucrania será uno de los argumentos principales en la conversación entre Papa Francisco y Putin, además de la violencia que se extiende por el Medio Oriente y que provoca también el sufrimiento de las Iglesias arraigadas en esas tierras desde la predicación apostólica. Con el recrudecimiento del conflicto sirio, se reforzó el interés por las vicisitudes de las Iglesias del Medio Oriente por parte de la Ortodoxia rusa y del Kremlin. La necesidad de proteger a los cristianos en los países árabes ahora es uno de los puntos fundamentales de la agenda de Putin, que, después de las décadas ateas del comunismo soviético, reivindica el papel (de carácter “neo-zarista”) de protector de los cristianos de Oriente (mientras se va eclipsando el tradicional “protectorado” que en el pasado ejercía Francia en relación con las comunidades católicas del Medio Oriente). Por otra parte, en sus intervenciones, Papa Francisco no ha ofrecido ningún punto de apoyo para que los círculos occidentales (e incluso en la misma Rusia) que instrumentalizan las desgracias y las persecuciones de los cristianos de Oriente fomenten sentimientos islamofóbicos. Incluso las palabras más recientes pronunciadas en Sarajevo, frente a las heridas todavía abiertas de los conflictos étnico-religiosos que destrozaron el corazón de Europa al final del siglo pasado, confirmaron que la perspectiva geopolítica de Papa Francisco no pretende “Santas alianzas” con las potencias del mundo, sino ofrecer el propio aporte desinteresado para erradicar y prevenir las causas de los conflictos. Manteniendo las distancias de todos los que intentan recubrir con ideologías étnico-religiosas los intereses de poder real que provocan los conflictos mismos (empezando por el tráfico de armas, denunciado insistentemente por el Papa en sus predicaciones, y  la lucha por el control de los recursos naturales del planeta).



Como jesuita, Papa Bergoglio sabe muy bien que Rusia, como China, son actores protagonistas de la historia y que como tales no pueden ser excluidos de ningún intento sincero para crear una estabilidad compartida en la globalización. Y, en el horizonte de su enfoque evangélico sobre los problemas del mundo, no habría que excluir un viaje apostólico a Moscú, por el que manifestó interés desde los primeros meses de su Pontificado. El diplomático ruso Yuri Ushakov, consejero de Putin, acaba de declarar que en el encuentro entre Putin y el Papa “hablarán sobre posibles contactos ulteriores”, pero dijo que no sabía si Putin invitaría al Papa a Moscú. Este tema, recordó, no compete solamente al estado, sino también a la Iglesia ortodoxa rusa.


Paradójicamente, los que están más preocupados del éxito que la figura de Papa Francisco está teniendo entre los rusos son algunos altos jerarcas del Patriarcado de Moscú. Y en el Vaticano dejó un pésimo recuerdo la intervención del Metropolita Hilarion Alfeyev durante el último Sínodo sobre la familia. No se trata actualmente de un Patriarca, sino de un “ministro del Exterior” del Patriarcado de Moscú. En aquella ocasión, Hilarion aprovechó la hospitalidad vaticana para atacar fuera de lugar a la Iglesia greco-católica ucraniana. Y se sabe que el Patriarcado de Moscú se ha negado a avanzar en el camino ecuménico desde el punto de vista del diálogo teológico (en el que juegan un papel preponderante los teólogos del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla), privilegiando la línea de la “alianza” entre las Iglesias en la defensa de los valores morales.


El actual Sucesor de Pedro ha manifestado concretamente la disponibilidad a “aprender” de la eclesiología de los hermanos ortodoxos. Pero en el mundo ortodoxo, por el momento, justamente la Iglesia rusa parece ser la menos disponible para aprovechar el momento propicio y dejar en el pasado ciertos cálculos contables de funcionarios de lo sagrado.


GIANNI VALENTE