El obispo de Riobamba, Ecuador, monseñor Julio Parrilla Díaz, publicó en el diario El Comercio una nota de opinión sobre Populismo e Iglesia. En ella recorre velozmente la historia de los países americanos desde una sintonía de análisis pendular entre izquierdas y derechas.
Se adentra en la política y la Doctrina Social de la Iglesia, e invita a no caer en los excesos de los populismos independientemente de las geografías.
Populismo e Iglesia
Populismo hay en todas partes, como realidad implantada o como tentación, pero sin duda que América Latina es el paraíso populista por antonomasia.
Desde Argentina hasta México, el populismo ha sido y es una de nuestras características endémicas. Es algo que afecta a partidos, movimientos, liderazgos, pensamientos y lenguajes,… y que influye desfavorablemente y por igual tanto en la derecha como en la izquierda.
Es más, muchos populistas que comenzaron su travesía en la izquierda acabaron varados en la derecha, dedicados a limar las asperezas del poder. “Populismo” es una palabra que, al ser usada de forma tan genérica, produce una cierta irritación, pero lo cierto es que el populismo sigue gozando de buena salud.
Hay un momento, a caballo de los siglos XIX y XX, en que se rompe el orden antiguo (de origen colonial, jerárquico y paternalista). Surge la cuestión social (tierra, capital y trabajo), la cuestión política (el paso de la política de pocos a la política de masas y la secularización de la sociedad (con la consiguiente separación entre el mundo religioso y el mundo laico).
El populismo surge como una respuesta a estas convulsiones. Aquí encuentra su humus, en la necesidad de extender la ciudadanía social, política y moral al pueblo, titular de la soberanía. Las más de las veces, la soberanía quedó en entredicho, sofocada por las élites o por los grupos de poder…
Pero, eso sí, quedó el lenguaje, usado con enorme desparpajo y resolución. Si ustedes analizan el lenguaje de los líderes de turno, especialmente en nuestra área bolivariana, se darán cuenta de ello: una cosa es el lenguaje democrático, socialista e, incluso revolucionario, y, otra cosa muy diferente, la realidad. Es esta una paradoja típicamente latinoamericana: los populismos no siempre son lo que dicen ser. Pueden aparecer como progresistas o conservadores según convenga.
En consecuencia, la política se convierte en un terreno peligroso, especialmente para el que no entra en la lógica del poder. Me he preguntado muchas veces por qué las relaciones de los gobiernos populistas con la Iglesia tienden a ser siempre conflictivas… Quizá porque dichos gobiernos, consciente o inconscientemente, tienden a dar al populismo un cierto tono religioso (piensen un momento en la devoción post mórtem en torno al coronel Chávez). Por eso, no pueden aceptar que la Iglesia les robe el mesianismo… Sin embargo, frente a esa tentación, la Iglesia tiene el deber y el desafío de seguir transmitiendo valores éticos, en justicia y en verdad, a los actuales y a los futuros responsables políticos. Hoy, la divulgación de la Doctrina Social de la Iglesia es un auténtico desafío. Conocerla y aplicarla nos librará de muchos excesos a los que el populismo nos lleva. Y, al mismo tiempo, iluminará no pocos caminos de búsqueda sincera del bien común y de la dignidad de la persona. De lo contrario, el pajarito populista seguirá rondando alrededor de nuestras cabezas…
Se adentra en la política y la Doctrina Social de la Iglesia, e invita a no caer en los excesos de los populismos independientemente de las geografías.
Populismo e Iglesia
Populismo hay en todas partes, como realidad implantada o como tentación, pero sin duda que América Latina es el paraíso populista por antonomasia.
Desde Argentina hasta México, el populismo ha sido y es una de nuestras características endémicas. Es algo que afecta a partidos, movimientos, liderazgos, pensamientos y lenguajes,… y que influye desfavorablemente y por igual tanto en la derecha como en la izquierda.
Es más, muchos populistas que comenzaron su travesía en la izquierda acabaron varados en la derecha, dedicados a limar las asperezas del poder. “Populismo” es una palabra que, al ser usada de forma tan genérica, produce una cierta irritación, pero lo cierto es que el populismo sigue gozando de buena salud.
Hay un momento, a caballo de los siglos XIX y XX, en que se rompe el orden antiguo (de origen colonial, jerárquico y paternalista). Surge la cuestión social (tierra, capital y trabajo), la cuestión política (el paso de la política de pocos a la política de masas y la secularización de la sociedad (con la consiguiente separación entre el mundo religioso y el mundo laico).
El populismo surge como una respuesta a estas convulsiones. Aquí encuentra su humus, en la necesidad de extender la ciudadanía social, política y moral al pueblo, titular de la soberanía. Las más de las veces, la soberanía quedó en entredicho, sofocada por las élites o por los grupos de poder…
Pero, eso sí, quedó el lenguaje, usado con enorme desparpajo y resolución. Si ustedes analizan el lenguaje de los líderes de turno, especialmente en nuestra área bolivariana, se darán cuenta de ello: una cosa es el lenguaje democrático, socialista e, incluso revolucionario, y, otra cosa muy diferente, la realidad. Es esta una paradoja típicamente latinoamericana: los populismos no siempre son lo que dicen ser. Pueden aparecer como progresistas o conservadores según convenga.
En consecuencia, la política se convierte en un terreno peligroso, especialmente para el que no entra en la lógica del poder. Me he preguntado muchas veces por qué las relaciones de los gobiernos populistas con la Iglesia tienden a ser siempre conflictivas… Quizá porque dichos gobiernos, consciente o inconscientemente, tienden a dar al populismo un cierto tono religioso (piensen un momento en la devoción post mórtem en torno al coronel Chávez). Por eso, no pueden aceptar que la Iglesia les robe el mesianismo… Sin embargo, frente a esa tentación, la Iglesia tiene el deber y el desafío de seguir transmitiendo valores éticos, en justicia y en verdad, a los actuales y a los futuros responsables políticos. Hoy, la divulgación de la Doctrina Social de la Iglesia es un auténtico desafío. Conocerla y aplicarla nos librará de muchos excesos a los que el populismo nos lleva. Y, al mismo tiempo, iluminará no pocos caminos de búsqueda sincera del bien común y de la dignidad de la persona. De lo contrario, el pajarito populista seguirá rondando alrededor de nuestras cabezas…