A
LA COMUNIDAD CATÓLICA,
A
TODOS LOS HERMANOS EN CRISTO
Y
A TODO EL PUEBLO DE BAJA CALIFORNIA SUR
Les
escribo haciendo mía la preocupación de muchos hermanos que viven en medio de
la angustia por la violencia que, en forma acelerada, va a la alza en la que
hasta hace poco tiempo fue una tierra pacífica. Antes de Odile se hablaba de
diez y hasta quince ejecuciones, mismas que cimbraron a nuestra sociedad, pero
no faltan los que dicen “eso es lo que sabemos, hay muchos filtros en la
información, ¿cuántos más habrá?”
Odile
nos hizo olvidar temporalmente este problema, pero la violencia ha resurgido y
este clima nos obliga a hacer un alto y reflexionar de una manera responsable y
propositiva. Vivimos una época en la que todo pasa rápido y la repetición de
hechos nos lleva a acostumbrarnos a los mismos, perdiendo la capacidad de
asombro. Hay que gritarlo en voz alta: No debemos acostumbrarnos a vivir en un
clima de violencia, eso nos lleva a la indiferencia y a construir culpables
alrededor, sin asumir la parte que nos corresponde.
Ya
no somos ajenos a este fenómeno, no sólo nacional, sino mundial. En lo primero
que pensamos es en el narcotráfico a gran escala, pero la realidad es que ahora
el narcomenudeo nos está llevando a situaciones nunca antes vistas en nuestro
medio, las conocíamos en otras latitudes por lo que escuchábamos en los
noticieros. Y si queremos ser justos, debemos reconocer que es un problema cada
vez más local, dejemos de fincar responsabilidades sólo en “gente que ha
llegado de fuera”, varios de los ejecutados tienen origen y apellidos
sudcalifornianos.
Honestamente,
hay que aceptar que esa violencia, así como la criminalidad, la rapiña y otros
hechos delincuenciales, son fruto de algo que se ha ido sembrando en nuestra
sociedad, es la ausencia de valores en un pueblo por naturaleza pacífico, pero
que le fue abriendo las puertas a la permisividad. En nombre de la modernidad y
del “no pasa nada”, nos hemos vuelto algo cómplices de lo que a la ligera
condenamos deslindándonos de toda culpa.
Me
viene a la memoria la palabra de Jesús que nos dice: donde está el cadáver
también allí se reunirán los buitres (Lucas 17,37). Una sociedad moribunda en
sus tradiciones, en sus valores éticos y religiosos, se vuelve fácil presa de
los buitres que acechan la podredumbre y la carroña. Es un mal que ha penetrado
todas las instituciones, comenzando por la piedra angular de ellas, la familia.
La
desintegración y la violencia intrafamiliar se ha trasladado a la calle, a la
escuela, a los ambientes de trabajo. El todo es un reflejo de las partes, la
violencia que lleva a asesinar -en muchos de los casos- tiene su raíz en la
falta de formación del niño que, tarde o temprano, se volverá un delincuente. La
ausencia de amor en el hogar lleva al individuo a guiarse por los instintos más
bajos, es Caín que sigue atentando contra su hermano.
El
modelo educativo que arrastramos desde hace unas cuatro décadas hoy está “dando
frutos”, desapareció el civismo como asignatura y con él fue desapareciendo el
respeto al otro. Desde nuestro campo, el religioso, nos damos cuenta de que es
casi delito hablar de Dios en una escuela, mientras se promueven y hasta
imponen ideologías, ajenas a nuestra cultura, dictadas por una agenda
globalizante.
Ese
es el menú que hoy ofrece en muchas aulas a los hijos de un pueblo en su
mayoría cristiano, una nación que en su constitución se define como laica y
respetuosa de la libertad religiosa: el alimento pobre en nutrientes nos traerá
la enfermedad. El hermano que ha delinquido y que hoy vive en la cárcel puede
tener una Biblia en sus manos, el niño o el joven jamás podrá hacer uso de ella
en su formación escolar
¿Hasta
dónde vamos a llegar? La mayor parte de los asesinatos tienen relación con el
tráfico y consumo de drogas, pero aún así muchos abogan porque su venta y uso
sea legal. Se gasta mucho en campañas de prevención contra el tabaquismo, las
bebidas edulcoradas y la comida chatarra por los daños que pueden ocasionar a
la persona, pero nunca se ha visto a alguien que asesine después de haber
consumido estos productos. ¿Qué intereses se mueven detrás del tráfico de
estupefacientes que ha rebasado al poder judicial y todo lo que de él se
deriva?
Es
ingenuo hablar de hechos aislados cuando, hasta en pequeñas poblaciones de
nuestro territorio, vemos con más frecuencia el enfrentamiento entre grupos del
crimen organizado. Algunos se consuelan diciendo que se están eliminando entre
ellos, pero son ellos los que siguen surtiendo la droga a nuestro pueblo, sobre
todo entre los jóvenes y adolescentes. Ahí está el verdadero problema, si la
demanda sigue creciendo también crecerá la lucha por el mercado de quienes la
distribuyen, aumentando cada día la ola de violencia.
Con
frecuencia se nos acercan los feligreses a sacerdotes y pastores quejándose de
que en su barrio ya no se vive con tranquilidad, han perdido la confianza en la
policía pues ven cómo se hacen de la vista gorda frente a los narcomenudistas,
los cuales realizan “su trabajo” de manera descarada, ya no se esconden, se ve
en cualquier esquina y a plena luz del día. Hasta se les ve dialogando entre
ellos. Entendemos que no todos los policías están implicados, existen los
buenos, pero es sabido que algunos son parte de esa telaraña criminal y muchos
sospechan que también hay altas autoridades involucradas en ella. Ese es el
ambiente de desconfianza que se vive en la mayoría de las poblaciones de la
Baja California Sur.
Tenemos
qué demostrar que somos un pueblo sano para alejar a los buitres que merodean
buscando la carroña y lo podrido, pero no es ésta una tarea exclusiva de
nuestras autoridades, digamos que ellos tienen la responsabilidad de velar por
nuestra seguridad. Pero ni teniendo a un policía en cada esquina se acabará el
problema, menos cuando a muchos hasta el mismo policía les provoca desconfianza;
la respuesta está en la base de la sociedad, es decir, en la familia. Y viene
por añadidura el trabajo a realizar en el campo educativo y las iglesias, desde
la formación temprana y en aquella que debe ser permanente.
No
dejemos que la maldad toque a la puerta de nuestra casa, tampoco permitamos que
dentro de ella se vaya adueñando el mal. Dentro de cada niño existe un futuro
profesionista, una persona de bien, un buen cristiano, un buen ciudadano. Pero,
si no hacemos algo por ofrecer una formación más integral, aunque lastimen
estas palabras, también dentro de cada uno de ellos existe un narcotraficante,
un rapiñero, un delincuente o un asesino en potencia.
Hacemos
un llamado a quienes tienen poder en nuestro pueblo –gobiernos y empresarios-
para que se trabaje en la construcción de una sociedad más justa, en donde haya
oportunidades de trabajo para todos, con salarios más justos que eviten la
tentación de conseguir el dinero fácil. No son pocos los que, viviendo en la
extrema pobreza y ante la falta de oportunidades de un trabajo digno, en su
frustración optan equivocadamente por el camino fácil que los lleva a vivir
–aunque sea por un período breve- lo que para ellos era una meta, encontrar la
felicidad en lo material.
A
nuestros hermanos -porque lo son- que viven en el error, sembrando la
destrucción al dañar el cuerpo y el espíritu por medio de la droga,
enrareciendo el clima de paz y tranquilidad que antes teníamos, los invitamos a
la conversión. Sabemos que en toda persona están las semillas de la fe, la
bondad, la nobleza, traten de reencontrarse consigo mismos y esfuércense por
recuperar lo bueno que existe dentro de su persona. Nunca es tarde para
corregir el camino, vean en aquel que les compra la droga a un hermano, a
alguien que es un hijo de Dios como también lo son ustedes.
Hermanos
y hermanas, Odile con toda su fuerza y su furia nos dejó seis muertos ¿La
violencia fratricida cuántos muertos lleva y cuantos más nos dejará? La
responsabilidad es de todos.
Con
mi cariño y mi bendición:
+
Miguel Ángel Alba Díaz
Obispo
de La Paz